O CÓMO LANZAR CORTINAS DE HUMO...
Enlazando con mi último post (Qué está pasando, de nuevo, entre Tailandia y Camboya), sobre el conflicto thai-camboya, recupero de nuevo una entrada de 2009, en este caso del blog www.asiabudayrollitosprimavera.blogspot.com , de mi amigo Tiburcio, quien haciendo uso de su portentosa memoria de elefante así como de su cuidada redacción histórica, realiza un análisis muy interesante, que va mucho más allá de la época actual, y ayuda a entender un poco más sobre las riñas que existen entre ambos Países.
A mí me ha gustado mucho el post, ya que pese a que la historia no es uno de mis temas preferidos, este elefante me hace pasar ratos muy entretenidos.
Tiburcio, ¿Dónde estabas en mis años mozos, cuando el Señor Olite, sacerdote del colegio, me tumbaba de sueño en sus clases de historia?
A mí me ha gustado mucho el post, ya que pese a que la historia no es uno de mis temas preferidos, este elefante me hace pasar ratos muy entretenidos.
Tiburcio, ¿Dónde estabas en mis años mozos, cuando el Señor Olite, sacerdote del colegio, me tumbaba de sueño en sus clases de historia?
Así quedó la Embajada de Thailandia en Phnom Penh tras las manifestaciones de 2003. Y es que no se pueden tener embajadas inflamables en países vecinos con los que te llevas mal
Quería escribir una entrada sobre los últimos rifirrafes que ha habido entre Thailandia y Camboya. Empecé a investigar para ponerlos en contexto y para cuando me quise dar cuenta ya me había remontado al siglo XV. O sea que el mal rollo entre ambos viene de antiguo.
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Los khmeres fueron la potencia dominante en Indochina hasta el siglo XIV, en que empezaron su decadencia. Desde comienzos del siglo XV una de las aficiones de los reyes thailandeses en los fines de semana era invadir Angkor y llevarse lo que encontrasen. Incluso hay una leyenda histórica, que muchos thailandeses creen verdadera, que cuenta que a finales del siglo XVI, mientras el gran rey thailandés Naresuan andaba luchando contra los birmanos, el rey khmer Chetta I aprovechó para hacer lo que se suele hacer en estos casos: apuñalarle por la espalda. Naresuan replicó, derrotando a Chetta I, al que capturó y, humillación de humillaciones, cuya sangre utilizó para lavarse los pies. Los pies no le quedarían muy limpios, pero lo que contaba era hacer algo que jodiera de verdad a los camboyanos. La realidad es que efectivamente Naresuan derrotó a Chetta I y conquistó Lovek, su capital, aunque Chetta I logró escapar a Laos. Pero en Historia a veces más importante que lo que ocurrió es lo que los descendientes creemos que ocurrió.
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Para finales del siglo XIX Camboya era un país deshecho con el que Vietnam y Tailandia jugaban como querían. En 1794, tras un período de anarquía, un protegido de Thailandia, Ang Eng, ascendió al trono camboyano. Eng era muy agradecido y regaló a sus protectores la provincia de Battambang, que incluía las ruinas de Angkor Wat. No fue un regalo que le costara mucho, ya que en todo caso su autoridad no se extendía mucho más allá de los límites de la capital y todavía no se había descubierto la de dinero que podía dar el turismo. Su sucesor, Ang Chan, llevó peor el dominio tailandés y decidió escapar de la sartén thailandesa para arrojarse a las llamas simpatías. Camboya fue deslizándose hacia la órbita de Vietnam, a pesar de los esfuerzos thailandeses porque no fuese así. Eso sí, las patadas que se daban vietnamitas y thailandeses por el dominio del país terminaban en los culos de los camboyanos.
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En 1848 Camboya logró disfrutar de un poco de paz cuando los thailandeses colocaron en el trono a Ang Duang, que era poco más que un gobernador thailandés dignificado. Fue Duang el que empezó a coquetear tímidamente con los franceses, aunque su situación se la dejó muy clara a un misionero francés: “¿Qué queréis que haga? Tengo dos amos que siempre me tienen el ojo echado. Son mis vecinos y Francia está muy lejos.” Eso era no contar con Napoleón III, que tenía ganas de jugar a emperador y le molaba imitar a la reina Victoria con eso de poseer un Imperio colonial donde no se ponía el sol.
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Pero mientras tanto camboyanos como tailandeses se daban cuenta de eso, los segundos trataban a los primeros como a unos meros subordinados a los que se podía pedir cualquier cosa. En 1860 el rey Rama IV de Thailandia se antojó de tener un recuerdo de Camboya y pidió que desmontasen un templo khmer y se lo mandasen. Las crónicas no especifican si lo quería envuelto para regalo o no. El encargado le dijo que los templos de Angkor eran un pelín grandes para eso. El rey decidió conformarse con un templito más pequeño, el de Prasat Ta Prohm. Los peones camboyanos que tenían que colaborar en el traslado se cogieron un rebote; tal vez la paga fuese insuficiente, tal vez les indignase el expolio al que iban a someter a su país, o tal vez ambas cosas, y mataron a los responsables thailandeses de la operación. El rey Rama IV tuvo que conformarse con que le hicieran una maqueta a escala muy aparente, que hoy puede verse en el Templo del Buda Esmeralda en Bangkok.
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En 1863 el entonces rey Norodom firmó un tratado secreto con los franceses por el que, a cambio de su protección, les hacía concesiones forestales y de yacimientos mineros. Cuando sus señoritos thailandeses se enteraron se mosquearon bastante. Norodom se apresuró a efectuar una declaración, que esta vez tenía que permanecer secreta a los franceses: “Deseo ser siervo del Rey de Tailandia, para su gloria, hasta el fin de mi vida. Mi corazón nunca cambia”. Bueno, su corazón algo sí que debió cambiar, porque al año siguiente, cuando quiso ser coronado rey, la ceremonia fue copatrocinada por Tailandia y Francia, cuyos representantes casi llegaron a las tortas por cuestiones de precedencia. A la larga los tailandeses comprendieron que no eran lo suficientemente fuertes como para oponerse al colonialismo francés y en 1867 aceptaron que Francia estableciese su protectorado sobre Camboya, a cambio del reconocimiento de que las provincias de Battambang y Siem Reap le pertenecían. En 1907, en el marco de la gran delimitación fronteriza que se efectuó entre Thailandia y las posesiones coloniales francesas, Battambang y Siem Reap volvieron a Camboya. A finales de 1940, Thailandia pensó que el momento de la revancha había llegado: Francia había sido derrotada unos meses antes por Alemania y no se encontraba en condiciones de hacer muchas chulerías. La guerra franco-thailandesa fue breve y victoriosa para los thailandeses, que recuperaron Battambang y parte de Siem Reap, aunque no Angkor Wat. En 1945 tuvieron que devolver lo conquistado, cuando al final resultó que, pese a Vichy y al colaboracionismo (hubo muchísimos más franceses colaboracionistas que resistentes), gracias a De Gaulle Francia logró estar junto a las potencias ganadoras de la II Guerra Mundial. Un gran monumento en Bangkok recuerda aquella guerra victoriosa, que permitió a los thailandeses recuperar durante cuatro breves años sus antiguos dominios, cuya pérdida sigue escociéndoles 100 años después.
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En los 50 Thailandia inauguró una práctica que continuaría años después, dando asilo a los enemigos del gobierno camboyano. Entre 1952 y 1954 ofreció asilo y un apoyo discreto al político nacionalista Son Ngoc Thanh que tenía una empanada mental considerable, que mezclaba nacionalismo, admiración por los japoneses e interés por el socialismo a partes iguales, y consideraba a Norodom Sihanouk, el rey entronizado por los franceses como una mera marioneta del colonialismo. Tras los Acuerdos de Ginebra de 1954 las oportunidades de Thanh de alcanzar el poder en Camboya se acercaron a cero. Ello no impidió que los tailandeses siguieran ofreciéndole algún apoyo; les venía muy bien cuando querían tocarle las narices a Sihanouk.
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Fue en esos años cuando se inició el mal rollo sobre el templo de Preah Vihear. El templo fue construido por los khmeres entre los siglos X y XII y se encuentra en la frontera entre Thailandia y Camboya. Tras el fin del protectorado francés, Thailandia ocupó el templo; sus modales habían mejorado: ya no ocupaba provincias, sino templos. Camboya recurrió al Tribunal Internacional de Justicia y Thailandia aceptó someterse a su veredicto. Para dirimir la cuestión había dos datos esenciales: en 1904 Thailandia y las autoridades coloniales francesas habían delimitado la frontera y la habían fijado en el parteaguas de la cordillera Dangrek, lo que situaba la mayor parte del complejo del templo en territorio thailandés; sin embargo, un mapa topográfico francés de 1907, que Thailandia nunca atacó, aunque tuvo conocimiento de él, ubicó el templo en territorio camboyano. En 1962 el Tribunal atribuyó el templo a Camboya. Thailandia no apeló la sentencia pero se quedó refunfuñando, como se vería muchos años después.
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Durante los años siguientes las relaciones camboyano-thailandesas fueron más difíciles aún si cabe. En las guerras de Indochina, Thailandia había escogido claramente el campo pro-norteamericano. Camboya estaba más cerca del ojo del huracán y su rey, Norodom Sihanouk pensó que la única opción con posibilidades era un neutralismo algo escorado hacia el campo socialista, lo justo para no tener contentos ni a norteamericanos ni a comunistas. Un chiste tailandés de aquellos años era el siguiente: ¿qué color (“si” en thailandés; por ejemplo, “si-daeng” significa “rojo”, “si-dam”, “negro”) no les gusta nada de nada a los tailandeses? El si-hanouk.
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El derrocamiento de Sihanouk en 1970 y la instauración de la República Khmer mejoraron brevemente las relaciones entre ambos países. Irónicamente, a partir de 1973, Thailandia empezó a adoptar una postura que se asemejaba a la que previamente había adoptado el denostado Sihanouk. Por un lado, las protestas ciudadanas de 1973 forzaron a un cierto replanteamiento de la política exterior del país. Durante un par de años, el Ejército thailandés, completamente pro-norteamericano, tuvo que jugar con más discreción su papel en la determinación de la política exterior. Por otro lado, la firma de los Acuerdos de Paz de Ginebra parecía presagiar el riesgo de que EEUU abandonara Indochina, con lo que se hizo de rigor un acercamiento a los comunistas Vietnam del Norte y China popular y a sus aliados del khmer rojo.
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Thailandia, sin dejar de ser pro-norteamericana, supo maniobrar muy bien en esas aguas turbulentas e incluso intentó mediar entre los khmer rojos y el régimen republicano de Lon Nol para asegurar una salida pacífica a la guerra civil camboyana. El 18 de abril de 1975, apenas tres días después del final de la República Khmer, Thailandia se apresuró a reconocer el régimen de los khmeres rojos. Enseguida, se restableció el comercio transfronterizo (contrabando es un palabro muy feo) entre los dos países y Camboya empezó a aprovisionarse de gasolina y arroz en Thailandia.
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No es que Thailandia se sintiese muy cómoda teniendo por vecino a un régimen comunista radical, pero los thailandeses siempre han sabido adaptarse a lo que hay. Los khmeres rojos fueron para Thailandia, igual que para el resto del mundo, una fuente continua de problemas. Por primera vez en varios siglos eran los camboyanos los que les causaban dolores de cabeza a los thailandeses y no al contrario. El 12 de mayo de 1975 los khmeres rojos dieron una semana a los thailandeses para que se retiraran un kilómetro de la línea de demarcación en Trat, alegando que habían ocupado ese territorio ilegalmente durante el régimen de Lon Nol. Hubo choques fronterizos en las zonas de Surin y Aranyapratet-Poipet. Varios pesqueros tailandeses que faenaban en la zona fueron atacados. En fin, los khmeres rojos haciendo amigos. Bueno, los thailandeses también ponían de su parte: el Ejército thailandés, que hacía la guerra por su cuenta y nunca mejor dicho, permitía que fuerzas derechistas camboyanas utilizasen territorio thailandés para lanzar ataques contra Camboya.
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La política a veces crea extraños compañeros de cama. A finales de 1978 una invasión vietnamita acabó con el régimen de los khmeres rojos e impuso un régimen pro-vietnamita en Camboya. De pronto, Thailandia descubrió que añoraba mucho a aquellos simpáticos genocidas que había tenido como vecinos durante tres años. Por un lado, la imposición de un régimen pro-vietnamita mostraba que en el último capítulo de la rivalidad vietnamita-thailandesa por controlar Camboya, los odiados vietnamitas habían sido los vencedores. Por otro, la lógica de la Guerra Fría hizo que los aliados de los soviéticos (en este caso, los vietnamitas) se convirtiesen automáticamente en enemigos de los estadounidenses y los chinos, con lo que los enemigos de aquéllos (en este caso, los khmeres rojos), se convertían en mis amigos. Tapándose las narices para no sentir el hedor a muerte, EEUU y sus aliados asiáticos, especialmente Thailandia y Singapur, se dispusieron a ayudar a los khmeres rojos, porque eran amiguitos de los chinos y andaban fastidiando a los vietnamitas.
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Thailandia, un poco a regañadientes, aceptó acoger los campos de refugiados camboyanos tras la caída de los khmeres rojos y sin ningún regañadiente aceptó que las guerrillas anti-vietnamitas utilizasen su suelo para realizar incursiones en Camboya. Thailandia tuvo desde el primer momento muy claras las implicaciones estratégicas de la situación y mucho menos claras las humanitarias. Tardó casi un año en reconocer que los camboyanos que habían entrado en su país eran refugiados y no inmigrantes ilegales y tardó el mismo tiempo en permitir que UNICEF y la Cruz Roja empezasen a asistirles. La situación se vio complicada por el hecho de que distintos campos caían bajo el control de distintas facciones camboyanas, las cuales también tenían claro que lo primero es lo primero y lo primero era tocarles las narices a los vietnamitas y a sus aliados. Los refugiados podían esperar.
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A finales de los 80, la situación empezó a cambiar con la caída del Muro de Berlín y la retirada de las tropas vietnamitas. Todos los que habían estado asegurándose de que Camboya se cociese a fuego lento, perdieron interés. Camboya había dejado de ser un sitio donde tocarles los huevecillos a los soviéticos, que estaban dejando de ser soviéticos, y a sus aliados. Entonces vinieron las prisas por buscar la paz, la Autoridad de Transición promovida por NNUU, las primeras elecciones y la constitución de un gobierno legítimo. Camboya volvía a ser un país normal y ya las malas relaciones con Thailandia se podían gestionar por los cauces que los malos vecinos suelen gestionar sus relaciones: pataditas, zancadillas e insultos. No es agradable, pero siempre es mejor que cortarle la cabeza al rey del otro país para lavarse los pies con su sangre.
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El 18 de enero de 2003 un periódico camboyano recogió declaraciones de la actriz thailandesa Suvanant Kongying en las que afirmaba que Angkor Wat pertenecía a Thailandia y le debería ser devuelto. Los camboyanos debieron de pensar que cuatro siglos de chuleo son muchos siglos y salieron a las calles indignados. En Phnom Penh quemaron la Embajada de Thailandia, banderas thailandesas y fotos del Rey de Thailandia, asaltaron restaurantes thailandeses y hoteles pertenecientes a ciudadanos de ese país. Las oficinas de Shin Corp, la compañía del entonces Primer Ministro tailandés Thaksin Shinawatra, fueron atacadas. Thai Airways suspendió sus vuelos a Phnom Penh. Ambos países rebajaron sus relaciones a nivel de Encargados de Negocios. Se prohibió la emisión de películas y telenovelas thailandesas en las cadenas camboyanas. Y lo mejor del caso es que parece que Suyanant Kongying nunca dijo las palabras que se le atribuyeron.
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Cuando los ecos de aquel incidente se habían apagado, va Camboya en 2008 y tiene la idea de solicitar que la UNESCO declare el templo de Preah Vihear patrimonio de la Humanidad. Thailandia montó en cólera, dijo que primero había que consultarle, que no estaba tan claro a quién pertenecía el templo. Ya se habían olvidado que había una sentencia del Tribunal Internacional de Justicia de 1962. Si uno fuese malpensado, podría creer que dada la complicada situación interna thailandesa, su gobierno andaba buscando alguna distracción y nada mejor que una querella con el viejo vecino camboyano.
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Los dirigentes thailandeses descubrieron lo que todos los políticos acaban descubriendo antes o después: que es más fácil crear un conflicto que solucionarlo. Lo que pudo haber empezado como una mezcla de orgullo patriótico y distraer la atención se ha convertido en un conflicto enconado entre los dos vecinos, que hizo que en el verano de 2008 algunos temieran que pudieran llegar a las manos. El asunto se saldó con algunos tiros y un par de muertos, que seguramente carecerían de los estudios necesarios como para apreciar que estaban muriendo por la posesión de un templo shivaista del siglo XI-XII, construido bajo los reinados de los reyes Suryavarman I y Suryavarman II, que tiene la peculiaridad de haber sido construido siguiendo un eje norte-sur. Ésta es la tristeza de morir analfabeto.
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Ya que los thailandeses le tocaban las narices con el templo, el Primer Ministro camboyano Hun Sen, decidió hacer lo propio con las narices de los thailandeses y les dio donde más les podía doler: Thaksin Shinawatra. A comienzos de noviembre de 2009 le nombró “asesor económico del Gobierno” y le dijo al Gobierno thailandés que podían meterse la orden de extradición por donde…, bueno lo dijo con un lenguaje más diplomático, pero el mensaje sonó idéntico.
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¿Y ahora?, podría preguntarse cualquiera que leyera esta entrada. Pues ahora no lo sé, pero estoy convencido de que en estos mismos instantes en Bangkok y en Phnom Penh hay alguien que está meditando la siguiente putadita que le va a hacer al vecino.
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Los khmeres fueron la potencia dominante en Indochina hasta el siglo XIV, en que empezaron su decadencia. Desde comienzos del siglo XV una de las aficiones de los reyes thailandeses en los fines de semana era invadir Angkor y llevarse lo que encontrasen. Incluso hay una leyenda histórica, que muchos thailandeses creen verdadera, que cuenta que a finales del siglo XVI, mientras el gran rey thailandés Naresuan andaba luchando contra los birmanos, el rey khmer Chetta I aprovechó para hacer lo que se suele hacer en estos casos: apuñalarle por la espalda. Naresuan replicó, derrotando a Chetta I, al que capturó y, humillación de humillaciones, cuya sangre utilizó para lavarse los pies. Los pies no le quedarían muy limpios, pero lo que contaba era hacer algo que jodiera de verdad a los camboyanos. La realidad es que efectivamente Naresuan derrotó a Chetta I y conquistó Lovek, su capital, aunque Chetta I logró escapar a Laos. Pero en Historia a veces más importante que lo que ocurrió es lo que los descendientes creemos que ocurrió.
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Para finales del siglo XIX Camboya era un país deshecho con el que Vietnam y Tailandia jugaban como querían. En 1794, tras un período de anarquía, un protegido de Thailandia, Ang Eng, ascendió al trono camboyano. Eng era muy agradecido y regaló a sus protectores la provincia de Battambang, que incluía las ruinas de Angkor Wat. No fue un regalo que le costara mucho, ya que en todo caso su autoridad no se extendía mucho más allá de los límites de la capital y todavía no se había descubierto la de dinero que podía dar el turismo. Su sucesor, Ang Chan, llevó peor el dominio tailandés y decidió escapar de la sartén thailandesa para arrojarse a las llamas simpatías. Camboya fue deslizándose hacia la órbita de Vietnam, a pesar de los esfuerzos thailandeses porque no fuese así. Eso sí, las patadas que se daban vietnamitas y thailandeses por el dominio del país terminaban en los culos de los camboyanos.
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En 1848 Camboya logró disfrutar de un poco de paz cuando los thailandeses colocaron en el trono a Ang Duang, que era poco más que un gobernador thailandés dignificado. Fue Duang el que empezó a coquetear tímidamente con los franceses, aunque su situación se la dejó muy clara a un misionero francés: “¿Qué queréis que haga? Tengo dos amos que siempre me tienen el ojo echado. Son mis vecinos y Francia está muy lejos.” Eso era no contar con Napoleón III, que tenía ganas de jugar a emperador y le molaba imitar a la reina Victoria con eso de poseer un Imperio colonial donde no se ponía el sol.
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Pero mientras tanto camboyanos como tailandeses se daban cuenta de eso, los segundos trataban a los primeros como a unos meros subordinados a los que se podía pedir cualquier cosa. En 1860 el rey Rama IV de Thailandia se antojó de tener un recuerdo de Camboya y pidió que desmontasen un templo khmer y se lo mandasen. Las crónicas no especifican si lo quería envuelto para regalo o no. El encargado le dijo que los templos de Angkor eran un pelín grandes para eso. El rey decidió conformarse con un templito más pequeño, el de Prasat Ta Prohm. Los peones camboyanos que tenían que colaborar en el traslado se cogieron un rebote; tal vez la paga fuese insuficiente, tal vez les indignase el expolio al que iban a someter a su país, o tal vez ambas cosas, y mataron a los responsables thailandeses de la operación. El rey Rama IV tuvo que conformarse con que le hicieran una maqueta a escala muy aparente, que hoy puede verse en el Templo del Buda Esmeralda en Bangkok.
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En 1863 el entonces rey Norodom firmó un tratado secreto con los franceses por el que, a cambio de su protección, les hacía concesiones forestales y de yacimientos mineros. Cuando sus señoritos thailandeses se enteraron se mosquearon bastante. Norodom se apresuró a efectuar una declaración, que esta vez tenía que permanecer secreta a los franceses: “Deseo ser siervo del Rey de Tailandia, para su gloria, hasta el fin de mi vida. Mi corazón nunca cambia”. Bueno, su corazón algo sí que debió cambiar, porque al año siguiente, cuando quiso ser coronado rey, la ceremonia fue copatrocinada por Tailandia y Francia, cuyos representantes casi llegaron a las tortas por cuestiones de precedencia. A la larga los tailandeses comprendieron que no eran lo suficientemente fuertes como para oponerse al colonialismo francés y en 1867 aceptaron que Francia estableciese su protectorado sobre Camboya, a cambio del reconocimiento de que las provincias de Battambang y Siem Reap le pertenecían. En 1907, en el marco de la gran delimitación fronteriza que se efectuó entre Thailandia y las posesiones coloniales francesas, Battambang y Siem Reap volvieron a Camboya. A finales de 1940, Thailandia pensó que el momento de la revancha había llegado: Francia había sido derrotada unos meses antes por Alemania y no se encontraba en condiciones de hacer muchas chulerías. La guerra franco-thailandesa fue breve y victoriosa para los thailandeses, que recuperaron Battambang y parte de Siem Reap, aunque no Angkor Wat. En 1945 tuvieron que devolver lo conquistado, cuando al final resultó que, pese a Vichy y al colaboracionismo (hubo muchísimos más franceses colaboracionistas que resistentes), gracias a De Gaulle Francia logró estar junto a las potencias ganadoras de la II Guerra Mundial. Un gran monumento en Bangkok recuerda aquella guerra victoriosa, que permitió a los thailandeses recuperar durante cuatro breves años sus antiguos dominios, cuya pérdida sigue escociéndoles 100 años después.
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En los 50 Thailandia inauguró una práctica que continuaría años después, dando asilo a los enemigos del gobierno camboyano. Entre 1952 y 1954 ofreció asilo y un apoyo discreto al político nacionalista Son Ngoc Thanh que tenía una empanada mental considerable, que mezclaba nacionalismo, admiración por los japoneses e interés por el socialismo a partes iguales, y consideraba a Norodom Sihanouk, el rey entronizado por los franceses como una mera marioneta del colonialismo. Tras los Acuerdos de Ginebra de 1954 las oportunidades de Thanh de alcanzar el poder en Camboya se acercaron a cero. Ello no impidió que los tailandeses siguieran ofreciéndole algún apoyo; les venía muy bien cuando querían tocarle las narices a Sihanouk.
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Fue en esos años cuando se inició el mal rollo sobre el templo de Preah Vihear. El templo fue construido por los khmeres entre los siglos X y XII y se encuentra en la frontera entre Thailandia y Camboya. Tras el fin del protectorado francés, Thailandia ocupó el templo; sus modales habían mejorado: ya no ocupaba provincias, sino templos. Camboya recurrió al Tribunal Internacional de Justicia y Thailandia aceptó someterse a su veredicto. Para dirimir la cuestión había dos datos esenciales: en 1904 Thailandia y las autoridades coloniales francesas habían delimitado la frontera y la habían fijado en el parteaguas de la cordillera Dangrek, lo que situaba la mayor parte del complejo del templo en territorio thailandés; sin embargo, un mapa topográfico francés de 1907, que Thailandia nunca atacó, aunque tuvo conocimiento de él, ubicó el templo en territorio camboyano. En 1962 el Tribunal atribuyó el templo a Camboya. Thailandia no apeló la sentencia pero se quedó refunfuñando, como se vería muchos años después.
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Durante los años siguientes las relaciones camboyano-thailandesas fueron más difíciles aún si cabe. En las guerras de Indochina, Thailandia había escogido claramente el campo pro-norteamericano. Camboya estaba más cerca del ojo del huracán y su rey, Norodom Sihanouk pensó que la única opción con posibilidades era un neutralismo algo escorado hacia el campo socialista, lo justo para no tener contentos ni a norteamericanos ni a comunistas. Un chiste tailandés de aquellos años era el siguiente: ¿qué color (“si” en thailandés; por ejemplo, “si-daeng” significa “rojo”, “si-dam”, “negro”) no les gusta nada de nada a los tailandeses? El si-hanouk.
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El derrocamiento de Sihanouk en 1970 y la instauración de la República Khmer mejoraron brevemente las relaciones entre ambos países. Irónicamente, a partir de 1973, Thailandia empezó a adoptar una postura que se asemejaba a la que previamente había adoptado el denostado Sihanouk. Por un lado, las protestas ciudadanas de 1973 forzaron a un cierto replanteamiento de la política exterior del país. Durante un par de años, el Ejército thailandés, completamente pro-norteamericano, tuvo que jugar con más discreción su papel en la determinación de la política exterior. Por otro lado, la firma de los Acuerdos de Paz de Ginebra parecía presagiar el riesgo de que EEUU abandonara Indochina, con lo que se hizo de rigor un acercamiento a los comunistas Vietnam del Norte y China popular y a sus aliados del khmer rojo.
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Thailandia, sin dejar de ser pro-norteamericana, supo maniobrar muy bien en esas aguas turbulentas e incluso intentó mediar entre los khmer rojos y el régimen republicano de Lon Nol para asegurar una salida pacífica a la guerra civil camboyana. El 18 de abril de 1975, apenas tres días después del final de la República Khmer, Thailandia se apresuró a reconocer el régimen de los khmeres rojos. Enseguida, se restableció el comercio transfronterizo (contrabando es un palabro muy feo) entre los dos países y Camboya empezó a aprovisionarse de gasolina y arroz en Thailandia.
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No es que Thailandia se sintiese muy cómoda teniendo por vecino a un régimen comunista radical, pero los thailandeses siempre han sabido adaptarse a lo que hay. Los khmeres rojos fueron para Thailandia, igual que para el resto del mundo, una fuente continua de problemas. Por primera vez en varios siglos eran los camboyanos los que les causaban dolores de cabeza a los thailandeses y no al contrario. El 12 de mayo de 1975 los khmeres rojos dieron una semana a los thailandeses para que se retiraran un kilómetro de la línea de demarcación en Trat, alegando que habían ocupado ese territorio ilegalmente durante el régimen de Lon Nol. Hubo choques fronterizos en las zonas de Surin y Aranyapratet-Poipet. Varios pesqueros tailandeses que faenaban en la zona fueron atacados. En fin, los khmeres rojos haciendo amigos. Bueno, los thailandeses también ponían de su parte: el Ejército thailandés, que hacía la guerra por su cuenta y nunca mejor dicho, permitía que fuerzas derechistas camboyanas utilizasen territorio thailandés para lanzar ataques contra Camboya.
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La política a veces crea extraños compañeros de cama. A finales de 1978 una invasión vietnamita acabó con el régimen de los khmeres rojos e impuso un régimen pro-vietnamita en Camboya. De pronto, Thailandia descubrió que añoraba mucho a aquellos simpáticos genocidas que había tenido como vecinos durante tres años. Por un lado, la imposición de un régimen pro-vietnamita mostraba que en el último capítulo de la rivalidad vietnamita-thailandesa por controlar Camboya, los odiados vietnamitas habían sido los vencedores. Por otro, la lógica de la Guerra Fría hizo que los aliados de los soviéticos (en este caso, los vietnamitas) se convirtiesen automáticamente en enemigos de los estadounidenses y los chinos, con lo que los enemigos de aquéllos (en este caso, los khmeres rojos), se convertían en mis amigos. Tapándose las narices para no sentir el hedor a muerte, EEUU y sus aliados asiáticos, especialmente Thailandia y Singapur, se dispusieron a ayudar a los khmeres rojos, porque eran amiguitos de los chinos y andaban fastidiando a los vietnamitas.
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Thailandia, un poco a regañadientes, aceptó acoger los campos de refugiados camboyanos tras la caída de los khmeres rojos y sin ningún regañadiente aceptó que las guerrillas anti-vietnamitas utilizasen su suelo para realizar incursiones en Camboya. Thailandia tuvo desde el primer momento muy claras las implicaciones estratégicas de la situación y mucho menos claras las humanitarias. Tardó casi un año en reconocer que los camboyanos que habían entrado en su país eran refugiados y no inmigrantes ilegales y tardó el mismo tiempo en permitir que UNICEF y la Cruz Roja empezasen a asistirles. La situación se vio complicada por el hecho de que distintos campos caían bajo el control de distintas facciones camboyanas, las cuales también tenían claro que lo primero es lo primero y lo primero era tocarles las narices a los vietnamitas y a sus aliados. Los refugiados podían esperar.
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A finales de los 80, la situación empezó a cambiar con la caída del Muro de Berlín y la retirada de las tropas vietnamitas. Todos los que habían estado asegurándose de que Camboya se cociese a fuego lento, perdieron interés. Camboya había dejado de ser un sitio donde tocarles los huevecillos a los soviéticos, que estaban dejando de ser soviéticos, y a sus aliados. Entonces vinieron las prisas por buscar la paz, la Autoridad de Transición promovida por NNUU, las primeras elecciones y la constitución de un gobierno legítimo. Camboya volvía a ser un país normal y ya las malas relaciones con Thailandia se podían gestionar por los cauces que los malos vecinos suelen gestionar sus relaciones: pataditas, zancadillas e insultos. No es agradable, pero siempre es mejor que cortarle la cabeza al rey del otro país para lavarse los pies con su sangre.
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El 18 de enero de 2003 un periódico camboyano recogió declaraciones de la actriz thailandesa Suvanant Kongying en las que afirmaba que Angkor Wat pertenecía a Thailandia y le debería ser devuelto. Los camboyanos debieron de pensar que cuatro siglos de chuleo son muchos siglos y salieron a las calles indignados. En Phnom Penh quemaron la Embajada de Thailandia, banderas thailandesas y fotos del Rey de Thailandia, asaltaron restaurantes thailandeses y hoteles pertenecientes a ciudadanos de ese país. Las oficinas de Shin Corp, la compañía del entonces Primer Ministro tailandés Thaksin Shinawatra, fueron atacadas. Thai Airways suspendió sus vuelos a Phnom Penh. Ambos países rebajaron sus relaciones a nivel de Encargados de Negocios. Se prohibió la emisión de películas y telenovelas thailandesas en las cadenas camboyanas. Y lo mejor del caso es que parece que Suyanant Kongying nunca dijo las palabras que se le atribuyeron.
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Cuando los ecos de aquel incidente se habían apagado, va Camboya en 2008 y tiene la idea de solicitar que la UNESCO declare el templo de Preah Vihear patrimonio de la Humanidad. Thailandia montó en cólera, dijo que primero había que consultarle, que no estaba tan claro a quién pertenecía el templo. Ya se habían olvidado que había una sentencia del Tribunal Internacional de Justicia de 1962. Si uno fuese malpensado, podría creer que dada la complicada situación interna thailandesa, su gobierno andaba buscando alguna distracción y nada mejor que una querella con el viejo vecino camboyano.
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Los dirigentes thailandeses descubrieron lo que todos los políticos acaban descubriendo antes o después: que es más fácil crear un conflicto que solucionarlo. Lo que pudo haber empezado como una mezcla de orgullo patriótico y distraer la atención se ha convertido en un conflicto enconado entre los dos vecinos, que hizo que en el verano de 2008 algunos temieran que pudieran llegar a las manos. El asunto se saldó con algunos tiros y un par de muertos, que seguramente carecerían de los estudios necesarios como para apreciar que estaban muriendo por la posesión de un templo shivaista del siglo XI-XII, construido bajo los reinados de los reyes Suryavarman I y Suryavarman II, que tiene la peculiaridad de haber sido construido siguiendo un eje norte-sur. Ésta es la tristeza de morir analfabeto.
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Ya que los thailandeses le tocaban las narices con el templo, el Primer Ministro camboyano Hun Sen, decidió hacer lo propio con las narices de los thailandeses y les dio donde más les podía doler: Thaksin Shinawatra. A comienzos de noviembre de 2009 le nombró “asesor económico del Gobierno” y le dijo al Gobierno thailandés que podían meterse la orden de extradición por donde…, bueno lo dijo con un lenguaje más diplomático, pero el mensaje sonó idéntico.
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¿Y ahora?, podría preguntarse cualquiera que leyera esta entrada. Pues ahora no lo sé, pero estoy convencido de que en estos mismos instantes en Bangkok y en Phnom Penh hay alguien que está meditando la siguiente putadita que le va a hacer al vecino.