RATAOUILLE O EL FIN DEL DESCANSO DEL GUERRERO
Hace unos meses os hablaba de la aventura del paso de la frontera tailandesa por la frontera terrestre de Aranyaprathed. Véase la entrada: extension-de-la-fecha-limite-del-visado.html
Pues bien, después de varios años realizando gustoso este recorrido, he decidido cambiar de ruta o al menos cambiar de hotel para la próxima vez.
Como sé que os lo estaréis preguntando, os contaré como ha muerto el Mito.
Salí de Bangkok como es habitual a mediodía, y me subí al bus que me llevaría a Aranyaprathet, Aran para los amigos (y para los que nos cuesta pronunciar semejante nombre).
Llegué a Aran sobre las 7 de la tarde y en esta ocasión (ya llevaba la mochila demasiado agujereada de la última vez) decidí subirme a una mototaxi por un precio razonable, 30thb (unos 70 céntimos de Euro), la cual me llevó a mi hotel favorito, para iniciar el clásico y legendario proceso del Descanso del Guerrero...
Hasta ahí todo correcto y según lo esperado:Check in, ducha y visita al salón de masajes para encargar un masaje en la habitación para después de la cena.
Es en dicha visita cuando empecé a ver que algo había cambiado en el cuento... Lo primero que me sorprendió fue que en el amplio salón de masajes, sólo había dos masajistas y éstas eran, digamos (de forma optimista) rellenitas, entradas en años y no muy agraciadas físicamente, también había una encargada, la cual por no hablar creo que no hablaba ni Tailandés, y a la que para que entendiera qué es lo que quería, le tuve que hacer un dibujo, ¡Qué útil me ha sido el bolígrafo en este viaje, sólo comparable a lo útil de la mochila en mi anterior aventura!...
Una vez entendido que quería un masaje. ¡Qué ocurrencias tienen estos extranjeros, pedir un masaje en un salón de masajes! Llegó la terrible pregunta...
¿Cuál de las dos masajistas quiere que le de el masaje?
Realmente terrible decisión, de la que dependería mucho más de lo que podía llegar a imaginarme...
Por un lado una chica gordita, de unos 45 años, feuchilla, con semblante serio.
Por otro una chica gordita, de unos 45 años, feuchilla, con una sonrisa de oreja a oreja.
Me decanté por lo más fácil (¡Craso error número 1!), la "chica" de la sonrisa. Pensé para mí, al menos aunque no disfrutara de su belleza y sensualidad, disfrutaría de su simpatía y de la calidad de su masaje. No en broma, normalmente los mejores masajes terapéuticos tailandeses me los han dado mujeres de cierta edad, ya que suelen tener mucha más experiencia y aplican la presión adecuada en los puntos adecuados.
Esta vez me decidí por un relajante masaje de aceite (¡Craso error número 2!).
Masaje con Miss Simpatía programado a las 10 de la noche en la habitación 209.
Turno de volver a mi habitación y encargar el delicioso arroz frito al servicio de habitaciones. Y para no desmerecer de mi masajista, esta vez encargué 2 arroces, uno con gambas y otro con pollo. Para mí los dos, se entiende, no penséis mal.
Los arroces deliciosos, como siempre, y por apenas un Euro y medio los dos.
Un poco de Nintendo DS para relajar la mente, mientras veía la película Ratauille en la televisión, y a esperar un rico masaje antes de dormir...
A la hora pactada llega la "tremenda" masajista, y empieza el masaje con aceite, bueno digo masaje por llamarlo de alguna forma, ¡vaya forma de destrozar el mito del masaje tailandés! Restregando el aceite como si fuera crema bronceadora, de forma parca y repetitiva, clavándome las uñas a cada pasada, sentándose sobre mis piernas...
Cierro los ojos, no puedo creerlo, parece de chiste, ¡qué horror de masaje, realizado por qué horror de masajista! Se para, entreabro los ojos y veo como se está ¡quitando la blusa! ¡Quiero morirme! Le pregunto por señas (no habla nada de inglés ni tampoco entiende mi tailandés) que qué está haciendo, me dice que no quiere ensuciarse la blusa con el aceite, cierro los ojos de nuevo.
Me pregunta ¿Duermes?, le respondo no, sólo me estoy relajando... La realidad: estoy rezando para que no se quite más ropa.
Sigue la tortura, ahora me clava una pulsera que lleva en la mano izquierda en el cuello... cuatro refregadas más y se para de nuevo, Dios! ¿Qué irá a hacer ahora? Se está poniendo de nuevo la blusa, eso me tranquiliza. Me pregunta que qué me ha parecido el masaje, miro el reloj y no puedo creerlo, han pasado 40 minutos y he pagado 2 horas de masaje, le enseño el reloj y me mira con cara de pocos amigos, dice ok, ok, y vuelve a hacer exactamente los mismos movimientos de refriega y tortura.
Se para, abro los ojos, ¿Qué pasará ahora?, me mira sonriente y me pregunta ¿Quieres hacer el amor conmigo? Empiezo a buscar la cámara oculta ya que no me lo puedo creer... Le digo que gracias pero que no puedo, "que tengo novia", "que tengo mujer", "que tengo 5 hijos", "que soy gay",... Pone cara de no entender nada de lo que le estoy diciendo... Sigo intentándolo, "que no tengo dinero”... Eureka! Al final parece entenderme, borra la sonrisa de su cara y vuelve a su "ardua labor" de restregar aceite. Incluso cuando el bote de aceite deja derramar alguna gota del mismo, me lo restriega (el bote) por las piernas...
Al cabo de unos 30 minutos, yo ya no puedo más, quiero dormir, quiero olvidar... A su vigésima pregunta sobre si me ha gustado el masaje, le digo que sí, y que me voy a dormir.
Muy sonriente, echa el aceite al bolso y... me pide propina. Me dice que no es tailandesa, que es de la India y empiezo a entender un poco más. En ese momento veo la misma sonrisa previa a su ofrecimiento carnal y al vérmelas venir, saco rápidamente 100 baths del bolsillo y le digo hasta mañana! Se va... respiro... me duele todo más que cuando llegué al hotel, pero por fin puedo descansar.
O eso creía yo...
A eso de las 2 de la madrugada empiezo a oír ruidos como si hubiera alguien en la habitación. Asociándolo a las pesadillas que estaba aun teniendo con la masajista como protagonista, no les hago mucho caso. Vuelvo a oír ruidos media hora más tarde, y cada vez más intensos, me despierto, enciendo la luz, en la habitación no hay nadie, pienso que el trauma de la masajista me durará toda la vida, vuelvo a cerrar los ojos...
Media hora más tarde los ruidos se intensifican, pienso que es el vecino de la habitación de al lado, pero los ruidos no cesan. Enciendo la luz y veo delante de mis narices, sobre la mesa, ¡a Ratauille!
Llamo a la recepción del hotel e intento explicar lo que ocurre, "have one rat in my room", "have one big animal", dicen no entender nada. Consigo que vengan a mi habitación, y les hago un dibujo (desde ahora el bolígrafo ha pasado a ser mi fiel compañero de viaje). Exclaman "ahh, one lat" (que sería algo así cómo "ahh, una lata"). Les dejo con la escoba en la mano y emigro a otra habitación a intentar dormir un poco.
Son las 5 de la madrugada del lunes 17 de Noviembre de 2008, la realidad supera a la ficción, el Mito del Descanso del Guerrero ha muerto...
Descanse en Paz.
Pues bien, después de varios años realizando gustoso este recorrido, he decidido cambiar de ruta o al menos cambiar de hotel para la próxima vez.
Como sé que os lo estaréis preguntando, os contaré como ha muerto el Mito.
Salí de Bangkok como es habitual a mediodía, y me subí al bus que me llevaría a Aranyaprathet, Aran para los amigos (y para los que nos cuesta pronunciar semejante nombre).
Llegué a Aran sobre las 7 de la tarde y en esta ocasión (ya llevaba la mochila demasiado agujereada de la última vez) decidí subirme a una mototaxi por un precio razonable, 30thb (unos 70 céntimos de Euro), la cual me llevó a mi hotel favorito, para iniciar el clásico y legendario proceso del Descanso del Guerrero...
Hasta ahí todo correcto y según lo esperado:Check in, ducha y visita al salón de masajes para encargar un masaje en la habitación para después de la cena.
Es en dicha visita cuando empecé a ver que algo había cambiado en el cuento... Lo primero que me sorprendió fue que en el amplio salón de masajes, sólo había dos masajistas y éstas eran, digamos (de forma optimista) rellenitas, entradas en años y no muy agraciadas físicamente, también había una encargada, la cual por no hablar creo que no hablaba ni Tailandés, y a la que para que entendiera qué es lo que quería, le tuve que hacer un dibujo, ¡Qué útil me ha sido el bolígrafo en este viaje, sólo comparable a lo útil de la mochila en mi anterior aventura!...
Una vez entendido que quería un masaje. ¡Qué ocurrencias tienen estos extranjeros, pedir un masaje en un salón de masajes! Llegó la terrible pregunta...
¿Cuál de las dos masajistas quiere que le de el masaje?
Realmente terrible decisión, de la que dependería mucho más de lo que podía llegar a imaginarme...
Por un lado una chica gordita, de unos 45 años, feuchilla, con semblante serio.
Por otro una chica gordita, de unos 45 años, feuchilla, con una sonrisa de oreja a oreja.
Me decanté por lo más fácil (¡Craso error número 1!), la "chica" de la sonrisa. Pensé para mí, al menos aunque no disfrutara de su belleza y sensualidad, disfrutaría de su simpatía y de la calidad de su masaje. No en broma, normalmente los mejores masajes terapéuticos tailandeses me los han dado mujeres de cierta edad, ya que suelen tener mucha más experiencia y aplican la presión adecuada en los puntos adecuados.
Esta vez me decidí por un relajante masaje de aceite (¡Craso error número 2!).
Masaje con Miss Simpatía programado a las 10 de la noche en la habitación 209.
Turno de volver a mi habitación y encargar el delicioso arroz frito al servicio de habitaciones. Y para no desmerecer de mi masajista, esta vez encargué 2 arroces, uno con gambas y otro con pollo. Para mí los dos, se entiende, no penséis mal.
Los arroces deliciosos, como siempre, y por apenas un Euro y medio los dos.
Un poco de Nintendo DS para relajar la mente, mientras veía la película Ratauille en la televisión, y a esperar un rico masaje antes de dormir...
A la hora pactada llega la "tremenda" masajista, y empieza el masaje con aceite, bueno digo masaje por llamarlo de alguna forma, ¡vaya forma de destrozar el mito del masaje tailandés! Restregando el aceite como si fuera crema bronceadora, de forma parca y repetitiva, clavándome las uñas a cada pasada, sentándose sobre mis piernas...
Cierro los ojos, no puedo creerlo, parece de chiste, ¡qué horror de masaje, realizado por qué horror de masajista! Se para, entreabro los ojos y veo como se está ¡quitando la blusa! ¡Quiero morirme! Le pregunto por señas (no habla nada de inglés ni tampoco entiende mi tailandés) que qué está haciendo, me dice que no quiere ensuciarse la blusa con el aceite, cierro los ojos de nuevo.
Me pregunta ¿Duermes?, le respondo no, sólo me estoy relajando... La realidad: estoy rezando para que no se quite más ropa.
Sigue la tortura, ahora me clava una pulsera que lleva en la mano izquierda en el cuello... cuatro refregadas más y se para de nuevo, Dios! ¿Qué irá a hacer ahora? Se está poniendo de nuevo la blusa, eso me tranquiliza. Me pregunta que qué me ha parecido el masaje, miro el reloj y no puedo creerlo, han pasado 40 minutos y he pagado 2 horas de masaje, le enseño el reloj y me mira con cara de pocos amigos, dice ok, ok, y vuelve a hacer exactamente los mismos movimientos de refriega y tortura.
Se para, abro los ojos, ¿Qué pasará ahora?, me mira sonriente y me pregunta ¿Quieres hacer el amor conmigo? Empiezo a buscar la cámara oculta ya que no me lo puedo creer... Le digo que gracias pero que no puedo, "que tengo novia", "que tengo mujer", "que tengo 5 hijos", "que soy gay",... Pone cara de no entender nada de lo que le estoy diciendo... Sigo intentándolo, "que no tengo dinero”... Eureka! Al final parece entenderme, borra la sonrisa de su cara y vuelve a su "ardua labor" de restregar aceite. Incluso cuando el bote de aceite deja derramar alguna gota del mismo, me lo restriega (el bote) por las piernas...
Al cabo de unos 30 minutos, yo ya no puedo más, quiero dormir, quiero olvidar... A su vigésima pregunta sobre si me ha gustado el masaje, le digo que sí, y que me voy a dormir.
Muy sonriente, echa el aceite al bolso y... me pide propina. Me dice que no es tailandesa, que es de la India y empiezo a entender un poco más. En ese momento veo la misma sonrisa previa a su ofrecimiento carnal y al vérmelas venir, saco rápidamente 100 baths del bolsillo y le digo hasta mañana! Se va... respiro... me duele todo más que cuando llegué al hotel, pero por fin puedo descansar.
O eso creía yo...
A eso de las 2 de la madrugada empiezo a oír ruidos como si hubiera alguien en la habitación. Asociándolo a las pesadillas que estaba aun teniendo con la masajista como protagonista, no les hago mucho caso. Vuelvo a oír ruidos media hora más tarde, y cada vez más intensos, me despierto, enciendo la luz, en la habitación no hay nadie, pienso que el trauma de la masajista me durará toda la vida, vuelvo a cerrar los ojos...
Media hora más tarde los ruidos se intensifican, pienso que es el vecino de la habitación de al lado, pero los ruidos no cesan. Enciendo la luz y veo delante de mis narices, sobre la mesa, ¡a Ratauille!
Llamo a la recepción del hotel e intento explicar lo que ocurre, "have one rat in my room", "have one big animal", dicen no entender nada. Consigo que vengan a mi habitación, y les hago un dibujo (desde ahora el bolígrafo ha pasado a ser mi fiel compañero de viaje). Exclaman "ahh, one lat" (que sería algo así cómo "ahh, una lata"). Les dejo con la escoba en la mano y emigro a otra habitación a intentar dormir un poco.
Son las 5 de la madrugada del lunes 17 de Noviembre de 2008, la realidad supera a la ficción, el Mito del Descanso del Guerrero ha muerto...
Descanse en Paz.